A los seres humanos nos cuesta evaluar de forma objetiva nuestras propias habilidades y, de forma paradójica, cuanto menos sabemos sobre una materia, más expertos nos creemos.

Se trata de un sesgo cognitivo descubierto a partir de una serie de experimentos que realizaron Justin Kruger y David Dunning, de la Universidad de Cornell (Nueva York, Estados Unidos) a finales de la década de los noventa del siglo pasado y que fueron publicados hace ahora justamente veinte años en la revista «Journal of Personality and Social Psychology».

Estos científicos demostraron que los encuestados más brillantes estimaban que estaban por debajo de la media; los menos dotados y más inútiles estaban convencidos de estar entre los mejores y los mediocres se consideraban por encima de la media.

El patrón cognitivo de estas personas –incompetentes e inconscientes de su incompetencia- no sólo se confirma en pruebas abstractas de laboratorio sino que es extrapolable a situaciones reales (ética, inteligencia, capacidad para jugar al ajedrez, ortografía, gramática…).

Su cerebro está inundado de intuiciones, corazonadas, sesgos e ideas preconcebidas que se anteponen al conocimiento, fabulando teorías que las hacen presuponer que tienen un conocimiento fiable.

No deja de ser curioso que este efecto sea propio de las sociedades occidentales, ya que cuando los investigadores han tratado de replicarlo en países asiáticos los resultados han sido, curiosamente, diametralmente opuestos.

Para finalizar, nos quedamos con una frase de Charles Darwin: la ignorancia frecuentemente proporciona más confianza que el conocimiento.

Vía: ABC

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