Bowerman nació el 19 de febrero de 1911 en Portland, Oregon. Cuando empezó con Nike ya era una leyenda, y no sólo en las pruebas de pista y campo. De chico fue atleta pero también jugó al fútbol americano.

Durante la Segunda Guerra Mundial enfrentó cuerpo a cuerpo a los soldados alemanes como parte de la 10° división de montaña. Al regresar a EEUU, se afincó en la Universidad de Oregon.

Una mañana de 1971, por encima del río McKenzie, Bill y su esposa Barbara tomaban el desayuno. Mirando y sin comer los waffles que tenía enfrente, Bowerman se encontró en el medio de una revelación atlética. Allí, observó el futuro de las zapatillas para correr al interpretar una nueva oportunidad para mejorar las técnicas de entrenamiento, y la forma de favorecer la tracción y así reducir los tiempos.

En cuestión de horas, Bowerman estaba vaciando goma sobre la waflera de hierro de su mujer para crear la suela para correr moderna. Esto no fue un accidente. O sí. Tampoco fue suerte. Lo concreto es que Bowerman siempre estaba buscando la manera de proporcionar ventaja deportiva en sus corredores.

Bowerman no estaba satisfecho con las zapatillas de la época que estaban diseñados con cuero y metal pesado. Por ello, se obsesionó con minimizar su peso y calidad. Su misión terminó redefiniendo para siempre el calzado deportivo.

Durante su tiempo con Nike, Bowerman no tuvo ningún problema para mantenerse concentrado en lo más importante de sus productos para atletas: el desempeño deportivo. Su energía le permitía atender muchos frentes a la vez con gran intensidad y dedicación. Continuó ligado a la marca de la pipa hasta junio de 1999 cuando se retiró de la junta de directores, un puesto que ocupaba desde 1968.

Vía: La Nación

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