María Lionza, un ser o un símbolo rodeado de las más raras y enigmáticas leyendas. Sobre su origen, la versión que más fuerza ha cobrado es la que fue india caquetía, dotada de gran belleza y extraordinarias facultades mediúmnicas.
En el siglo XV, los indígenas que habitaban lo que hoy se conoce como el estado Yaracuy, veneraban a Yara, Diosa de la naturaleza y del amor. De hecho, según algunos lingüistas, el vocablo Yaracuy significa «lugar de Yara».
Los indígenas describían a Yara, como una mujer de grandes ojos verdes, pestañas largas y amplias caderas. Su olor era como el de las orquídeas, su sonrisa era dulce y melancólica, de cabellos lisos y largos hasta la cintura, con tres hermosas flores abiertas tras las orejas.
Cuenta la leyenda que Yara, quien era una hermosa princesa indígena, fue raptada por una enorme culebra, dueña de las lagunas y los ríos, que se enamoró de ella. Enterados los espíritus de la montaña de lo hecho por la culebra, decidieron castigarla haciendo que se hinchara hasta que reventara y muriera. Tras esto, eligieron a Yara como dueña de las lagunas, ríos y cascadas, madre protectora de la naturaleza y reina del amor.
El mito de Yara sobrevivió a la conquista española, aunque sufrió algunas modificaciones. En este sentido, Yara fue cubierta por la religión católica con el manto de la virgen y tomó el nombre de Nuestra Señora María de la Onza del Prado de Talavera de Nivar. Sin embargo, con el paso del tiempo, sería conocida como María de la Onza, o sea, María Lionza.
Hija del cacique de su tribu, luchó contra conquistadores desesperadamente en defensa de su raza y en consecuencia fue tildada de loca y bruja, y hasta perseguida, lo cual motivó su refugio en las montañas de Yaracuy.
Allí recibió a la divinidad, la fortaleza necesaria para continuar su lucha, encontrando esa fuerza creadora en los bosques, los ríos, el sol, en la tradición de la serpiente, en el silbido del viento, en la suavidad del canto de los pájaros; en la naturaleza misma.
Vía: @venezueladeayer