“Si se invoca a la Madre de Dios y se la toma como Patrona en las cosas importantes, no puede ocurrir sino que todo vaya bien y redunde en gloria del buen Jesús, su Hijo”, decía San Vicente de Paul, Patrono de las obras de caridad y fundador de la Congregación de la Misión (Vicentinos) y de las Hijas de la Caridad.
San Vicente nació en Francia en 1581, en una familia de campesinos. Siendo adolescente fue enviado al colegio de los franciscanos donde se entregó de lleno a los estudios. Antes de fallecer, su padre destinó que sus bienes sirvieran para pagar sus estudios, pero el joven Vicente prefirió renunciar a ellos y decidió vérselas por sí mismo, de manera que empezó a trabajar como educador en un colegio.
Vicente empezó con mayor celo a estar disponible para atender moribundos, gente abandonada, enfermos. Empezó a frecuentar lugares remotos con el propósito de atender a quien lo requería. Sabía muy bien que Dios en su ternura no podía olvidarse del más necesitado.
Su experiencia de vida al servicio del Señor le infundió en el corazón el deseo de organizar una congregación que se ocupase de administrar principalmente obras de caridad. Así, Vicente fundó la Congregación de la Misión.
Ser misionero para él era algo que debía sostenerse en la oración dedicada y constante. Su tiempo como preceptor -y la buena formación teológica que recibió- lo inspiró para que los miembros de la congregación se dediquen también a la formación del clero. Después, junto a Santa Luisa de Marillac, fundaría la Compañía de las Hijas de la Caridad.
Para San Vicente, además de la oración, era indispensable el cultivo de la virtud de la humildad. Esta debería ser la primera cualidad de los sacerdotes misioneros.
Vicente fue verdadero amigo de los desposeídos y un celoso apóstol de su tiempo. Partió a la Casa del Padre el 27 de septiembre de 1660.
Vía: Aciprensa