Luis Alberto Perozo Padua

Periodista y cronista

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IG/TW: @LuisPerozoPadua

La mañana fatal del 30 de junio de 1923, un grito espeluznante retumbó en el Palacio de Miraflores cuando una empleada que se disponía a arreglar la habitación del vicepresidente de la República, general Juan Crisóstomo Gómez, conocido como “Juancho”, encontró su cuerpo bañado en sangre.

De inmediato avisaron al coronel Eloy “el indio” Tarazona, edecán del Benemérito presidente Juan Vicente Gómez, quien dormía en una habitación cercana.

– “Mataron a Juancho”-, le comunicó Tarazona con sigilo y en voz baja al mandamás.

Juancho Gómez, era hermano del dictador y hasta el momento del abominable asesinato fungía como primer vicepresidente de Venezuela y además gobernador del Distrito Federal. Cuando lo encontraron tenía 27 puñaladas certeras en su humanidad.

Inmediatamente el Benemérito ordenó que enterraran el cuerpo y, como práctica de las dictaduras, endosó el crimen a la resistencia, por lo que se inició una persecución implacable que llevó a La Rotunda a varios enemigos del régimen, entre ellos al poeta Francisco Pimentel, “Job Pim”, y el caricaturista Leoncio Martínez, “Leo”, quienes luego fueron liberados.

Juan Vicente Gómez junto a Vicentico Gómez. Detrás el Indio Tarazona. 1918

Más pasional que político

No tardaron los espías de Gómez en determinar que los responsables del crimen figuraban en el círculo más cercano del poder. Los problemas de salud del dictador habían abierto el fragoroso debate de la sucesión.

Por su puesto, este escabroso escenario dividía el poder central entre los “juanchistas”, viejos militares que acompañaron a Gómez en la conquista del poder y los “vicentistas”, familiares y amigos de José Vicente Gómez Bello, “Vicentico”, el segundo vicepresidente, hijo del Benemérito con su concubina Dionisia Bello, refiere el periodista Juan José Peralta en su investigación sobre el asesinato en Miraflores publicado en CorreodeLara.com.

En su artículo apunta que Dionisia ambicionaba que Margarita Torres Bello, una de sus hijas (la mayor), contrajera matrimonio con Santos Matute Gómez, otro integrante del clan de los Gómez, unión que les proporcionaría cercanía absoluta con el Benemérito y mayores ventajas para hacerse de la silla presidencial, pero no contaban con que Juancho torpedearía la posible boda hasta disolver aquellas pretensiones, rompimiento que provocó el suicidio de Margarita. Dionisia juró venganza.

Juancho, quien no tenía esposa, novia, ni amigas, siempre estaba rodeado de jóvenes militares y de los llamados “patiquines caraqueños”, uno de ellos Isidro Barrientos, un mozo capitán de la Guardia Presidencial.

Pero el crimen fue mucho más íntimo que político, pues el vicepresidente recién había roto su relación con Barrientos para compartir con otro oficial. El rompimiento fue aprovechado por Dionisia para convencer a Barrientos de acabar con la vida de Juancho.

-A cambio recibiría usted, mi joven amigo, seguridad, ascenso militar y otras prebendas, le ofreció Dionisia embriagada de rencor.

Juan Vicente Gómez en el entiero de su hermano Juancho

La Sagrada se encargó de la condena

Consumado el sombrío episodio, Barrientos decidió huir del país, ofreciendo sus propiedades en venta, lo que despertó sospechas entre los espías del general Gómez, que a los pocos días ya habían desentrañado la conspiración.

Barrientos y sus cómplices: Rafael Andara, Juan Araguainano, Custodio Prieto y Encarnación Mujica, este último criado de confianza de “Juancho”, fueron interrogados con métodos inconfesables para luego ser acusados por el gobernador Acelio Hidalgo. El juez Horacio Chacón les dictó sentencia de 20 años que debían purgar en la lóbrega cárcel La Rotunda.

Al poco tiempo, durante la madrugada, La Sagrada, la policía del régimen, entró al recinto penitenciario y sacó a los protagonistas de la intriga mortal. Sus cuerpos fueron hallados maniatados en las afueras de Caracas, con múltiples perforaciones de bala.

En cuanto a Vicentico, el propio Barrientos lo exoneró de cualquier participación en el asesinato, pero el Benemérito no creyó y, una mañana de abril de 1928, lo despojó del cargo y del rango militar, para luego mandarlo como agregado a la embajada parisina. Los edecanes de éste también fueron degradados.

Allá se encontró con Dionisia, su madre, quien había sido desterrada, primero de Maracay a Los Teques, ciudad que prácticamente fue su cárcel. Más tarde fue exiliada a Francia, radicándose en un castillo muy cerca de París en donde pasó el resto de sus días.

Afectado de malaria, Vicentico se internó en el Antituberculoso de Leysin, en Suiza, donde falleció el 3 de febrero de 1930.

Nunca se reveló el contenido del informe sobre la investigación, tampoco se supo en detalle la verdad sobre el espantoso suceso que conmocionó a la Venezuela de la década de los años 20, donde las hipótesis apuntaron como móvil la ambición, las intrigas, las pasiones carnales, la corrupción, los celos, la venganza y la traición.

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