El papa Francisco llegó este viernes a Bagdad en la primera visita de un pontífice a Irak, donde se acercará a la castigada comunidad cristiana del país, que fue brutalmente perseguida por los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) tras ocupar partes del territorio durante tres años.

El papa fue recibido al pie de la escalera del avión por el primer ministro, Mustafa al Kazemi, a quien estrechó la mano y dos niños con trajes tradicionales le ofrecieron flores.

En una discreta ceremonia de bienvenida, como es tradicional se presentaron las delegaciones de ambos Estados y sonaron los himnos.

El Papa, que retoma sus visitas internacionales tras 15 meses detenido ante la pandemia de COVID-19. Ya fue el primer pontífice en visitar la Península Arábiga, también será el primero en llegar a Irak, la tierra del profeta Abraham, a la que tanto Juan Pablo II y Benedicto XVI quisieron viajar pero nunca lo consiguieron.

El primer acto de Francisco fue reunirse en privado durante media hora con el presidente del país, el kurdo Barham Saleh, que le recibió a la puerta del palacio presidencial.

Después y ante centenares de personas reunidas allí, entre autoridades y miembros del cuerpo diplomático, el papa se presentó como “penitente que pide perdón al Cielo y a los hermanos por tantas destrucciones y crueldad” y “como peregrino de paz”.

En un país que ha vivido los últimos 20 años en guerra, clamó para que finalmente “callen las armas, que se evite su proliferación, aquí y en todas partes. Que cesen los intereses particulares, esos intereses externos que son indiferentes a la población local”.

No más violencia, extremismos, facciones, intolerancias”, agregó.

Destacó que “la comunidad internacional tiene un rol decisivo que desempeñar en la promoción de la paz en esta tierra y en todo Oriente Medio” y citó “el largo conflicto en la vecina nación de Siria, de cuyo inicio se cumplen en estos días ya diez años”.

Expresó en sus palabras ante el presidente kurdo Saleh “que las naciones no retiren del pueblo iraquí la mano extendida de la amistad y del compromiso constructivo, sino que sigan trabajando con espíritu de responsabilidad común con las Autoridades locales, sin imponer intereses políticos o ideológicos”.

Los viajes de Francisco —este es el número 33— siempre se han dirigido a las periferias del mundo y del cristianismo. Lugares donde las comunidades cristianas viven amenazadas o han sufrido agresiones causadas por los conflictos bélicos, como Irak.

“El nombre de Dios no puede ser usado para justificar actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión”, señaló en su primer discurso. “También en Irak, la Iglesia católica desea ser amiga de todos y, a través del diálogo, colaborar de manera constructiva con las otras religiones, por la causa de la paz”, insistió.

La cita más importante, de hecho, está programada para el sábado, cuando se verá en Nayaf con el líder espiritual de los chiíes de Irak (alrededor de un 60% de la población) y una de las figuras más influyentes del chiísmo en el mundo: el gran ayatolá Ali Sistani.

El programa oficial la describe como una reunión de cortesía. Pero su magnitud trasciende lo meramente protocolario. Sistani, de 90 años, no aparece en público y apenas recibe visitas. Desde que Sadam Husein fue derrocado, se ha convertido en una de las figuras de referencia del país.

El encuentro ha sido altamente apreciado por la comunidad chií, cuyas milicias han suspendido cualquier acto bélico durante la visita del pontífice.

La seguridad será una de las claves del viaje. Francisco realizará todos sus desplazamientos en las ciudades que visitará Bagdad, Mosul, Erbil, Nayaf, Qaraqosh a bordo de un coche blindado y cubierto (normalmente lo hace a bordo de un turismo corriente o subido a una suerte de vehículo descapotable). La seguridad, especialmente porque la ruta se conoce desde hace tiempo, se ha reforzado en todos los lugares que pisará el Papa.

En solo tres días, el pontífice irá al sur de Irak, a Ur de los Caldeos, y al norte, a la llanura de Nínive y las ciudades de Mosul y Qaraqosh, destrozadas por el EI y donde se concentraba la población cristiana que ha quedado reducida a la mitad, además de a Erbil, la capital del Kurdistán, que dio cobijo a los que huían de los yihadistas.

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