Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y escritor
TW / IG @LuisPerozoPadua
ES PRÁCTICAMENTE IMPOSIBLE caminar por la avenida Libertador de Cabudare y no sentir el inevitable embrujo que destila el olor de la chicha de arroz de don Emilio Rodríguez. Y quienes no la han degustado -escenario poco conocido-, se arrojan expectantes en la búsqueda de este hallazgo que ya supera los 40 años de tradición en la urbe palavecinense.
La historia colonial resguarda entre sus páginas, que la chicha era una bebida de dioses, testimonio registrado por Tomaso Fiaschi, un italiano que formó parte de los exploradores de Nicolás Federmann en sus aventuras por Venezuela: “En vez de cerveza hacen una especie de vino del mencionado maíz, que es muy fuerte y embriaga como el vino. Es un buen brebaje.”, apunta el expedicionario en su diario.
Don Emilio, luego de quedar desempleado en una empresa que elaboraba materiales prefabricados para los novedosos urbanismos que proliferaban en el municipio Palavecino, atravesó momentos difíciles, más con varios hijos que mantener, por lo que decidió emprender su propio modelo de negocios amparado en aquella legendaria bebida indígena como tributo a los dioses.
A un Medio y a Real
Fue en 1977, cuando don Emilio decide fabricar una bicicleta con una especie de caja o cava en donde transportaba la chicha ancestral. Comenzaba la jornada levantándose a las tres de la madrugada para la preparación de la bebida de dioses.
La rigurosa preparación iniciaba todos los días a esa hora, pero que la base (el arroz) se remojaba desde la noche anterior. La milimétrica faena se prolongaba hasta el cantar de los gallos y ya entre las siete y siete y treinta de la mañana, pedaleaba desde el poblado de Los Rastrojos hasta el Liceo Jacinto Lara. Más tarde mudó su tienda ambulante hasta la esquina de la avenida Libertador de Cabudare con Calle Miguel Bernal, frente a la Escuela Luisa Cáceres de Arismendi, muy cerca de la Plaza Bolívar. Después, su carruaje de chicha lo situó frente a la fachada de la Librería Antonio de Cabudare, a escasos metros de la citada escuela, en la misma acera (la sur) y en el mismo corredor vial, tienda que actualmente es atendida por una de sus hijas, quien aprendió desde niña el maravilloso oficio.
Don Emilio afirma -sin un ápice de arrogancia-, que su receta la perfeccionó con el paso del tiempo y siempre siguiendo los sabios consejos de su clientela. “Con el toque de canela y azúcar en su punto. No mucha leche ni poca tampoco. No se puede ser mezquino para la receta. Hemos aprendido a tantear el gusto de los cabudareños”, manifiesta complacido al tiempo que es interrumpido con la típica frase: Deme una chicha por favor.
Rápidamente la clientela creció e igualmente el proceso de elaboración de la chicha, y aunque guarda celosamente la receta como un secreto de Estado, deja deslizar sin apremio, parte de su secreto, sosteniendo que se vio obligado a comprar una olla industrial en donde cocinaba ocho kilogramos de arroz, quince de azúcar y ocho de leche, sin abusar del toque de vainilla, para hacer 60 litros de la refrescante bebida.
En la génesis de la tradicional bebida de dioses, por allá en 1977, el vaso regular tenía el módico precio de un Medio (25 céntimos del bolívar), y el vaso grande se vendía en un Real (50 céntimos). En aquel entonces, un paquete de vasos costaba dos bolívares y literalmente la depreciación de la moneda era una quimera.
Continuada tradición
Cuando ya tenía 25 años en el oficio, don Emilio reseña que había visto severos cambios en la fisonomía urbana de Cabudare, desapareciendo así las casas antañonas para dar paso a los nuevos edificios y al comercio. Se veían más vehículos y por supuesto, más caos. Para ese entonces ya el vaso de chicha tenía un precio de 400 bolívares y el grande de 600.
Con el denominado progreso de Cabudare, también llegaron las franquicias de chichas, instalándose en diferentes puntos del casco central de la ciudad, no obstante, la situación no cambió su manera de encarar el momento, por el contrario, lo impulsó a abrir otro puesto que asumiría su hijo con receta y secretos, para continuar la tradición, pues su bebida de dioses era la más popular y la más buscada, adicionando que tenía clientes de todas partes del occidente del país, que a su paso por la zona metropolitana Barquisimeto-Cabudare, hacían obligatoria parada para saborear la deliciosa chicha, sabores que según testimonios, los trasladaba en el tiempo hasta su niñez cuando las abuelas preparaba un generoso vaso de chicha fría.
Don Emilio nació en Cabudare el 6 de abril de 1942. Tiene cinco hijos y nueve nietos. Comparte su vida, en segundas nupcias, con Victoria Carucí. Aunque no está retirado del todo, su vocación de servicio no le permite ser ajeno del negocio que ahora y desde hace algunos años, regentan sus hijos con tres puestos: Cabudare, Los Rastrojos y Tarabana.
Quienes se encuentran con la chicha de don Emilio, degustan los sabores de antaño, sabores que nos hacen viajar a tiempos remotos, aquellos que la cotidianidad, ni los cambios modernos nos podrán arrebatar. Quienes aún no han experimentado el gusto del noble brebaje, aguardan expectantes descubrir el sabor para los dioses.
Fotos: Larry Camacho para el Diario El IMPULSO