Santo Tomás Apóstol, el sencillo pescador de Galilea a quien Jesús llamó para ser su discípulo. A él le debemos aquellas hermosas palabras que repetimos en misa frente a Dios Eucaristía: “Señor Mío y Dios Mío”; las que constituyen una auténtica profesión de fe. Tomás las pronunció ocho días después de que Jesús resucitó, cuando Jesús se apareció nuevamente a sus discípulos y lo invitó a meter su dedo en la llaga de su costado.
El Evangelio de San Juan da cuenta de la incredulidad de Santo Tomás ante lo testimoniado por los discípulos: «Hemos visto al Señor». Tomás dijo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Entonces, “… se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío».
La actitud inicial de Tomás refleja ciertamente sus dudas, incluso quizás hasta su decepción, porque él le había creído al Señor y confiaba en Él. Estaba lleno de desconfianza. Sin embargo, sus palabras finales saldan la cuenta. Tomás, con la ayuda de Cristo, logra vencer la falta de fe: “Señor Mío y Dios Mío”. Ahora está seguro de que es el mismo Jesús quien está enfrente, y que es verdadero Dios. Tomás fue el primero en reconocer plenamente la divinidad de Cristo resucitado.
Ese reconocimiento sella ese momento previo cuando, por este Apóstol, Jesús revela su naturaleza: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”, a propósito de que Tomás preguntara: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”
Santo Tomás es patrono de los arquitectos, constructores, jueces, teólogos y de las ciudades de Prato, Parma y Urbino en Italia.
Vía: Aciprensa