Cada 6 de febrero la Iglesia Católica recuerda al grupo de mártires encabezado por San Pablo Miki -miembro de la Compañía de Jesús-, cuyos miembros fueron ejecutados por haber anunciado a Cristo en el Japón del siglo XVI. A estos hombres se les conoce como “los 26 mártires de Japón”, grupo integrado por tres jesuitas -el P. Pablo entre ellos- y 23 franciscanos -seis de ellos religiosos y el resto laicos-.

Testigos del martirio reconocían el fervor y la serenidad de aquellos hombres, entre los que había algunos muy jóvenes. Los sacerdotes animaban a los demás a sufrir por amor a Jesucristo y la salvación de las almas. Las oraciones al Señor y a la Virgen María se mantuvieron durante largo tiempo, así como las arengas y la invocación a quienes estaban presentes para que abracen el cristianismo.

“Mi Señor Jesucristo me enseñó con su palabra y su buen ejemplo a perdonar a los que nos han ofendido. Yo declaro que perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los que han contribuido a nuestro martirio, y les recomiendo que ojalá se hagan instruir en nuestra santa religión y se hagan bautizar», gritó San Pablo Miki.

En los rostros endurecidos de los mártires se apreciaba también una gran paz y una serena calma. Finalmente, los verdugos sacaron sus lanzas y traspasaron dos veces con ellas a cada uno de los crucificados.

San Pablo Miki y sus compañeros fueron canonizados por el Papa Pío IX en 1862. En la misma ceremonia fue canonizado el hermano Miguel de los Santos, perteneciente a la Orden de la Santísima Trinidad.

 

Vía: ACI Prensa

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