La Transfiguración del Señor es una fiesta que se celebra cada 6 de agosto. El motivo por el cual esta fiesta se fijó en esta fecha es porque se puso en relación con la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el día 14 de septiembre: Pasan 40 días entre ambas fiestas.

Esta fiesta relaciona la divinidad de Cristo con la Cruz de Cristo. Es de gran importancia por el contenido doctrinal que nos enseña a cada uno de los cristianos. Nos muestra una de las ideas más importantes de nuestra fe: la divinización del hombre por puro don gratuito de Dios.

Está muy relacionado con la Eucaristía, pues como ocurre en la Transfiguración, nos revestimos de Cristo, nos divinizamos cuando recibimos el Cuerpo de Cristo. Jesús nos invita a recibirle en la Eucaristía, como invitó a Pedro, a Santiago y a Juan a la Transfiguración. Y quiere que le digamos lo mismo que Pedro: ¿Qué bien se está aquí, Señor? Él nos espera en el sagrario. Él está allí para nosotros.

Jesús quiere mostrarnos el cielo en la tierra. A través de los sacramentos, los cristianos recibimos la gracia que nos impulsa hacia el Cielo. Por pura bondad de Dios, el hombre es capaz de Dios. Un don, un privilegio para el hombre, un premio inmerecido que cada hombre puede alcanzar aquí en la tierra.

Cada uno de nosotros, podemos alabar a Dios cada día a través de nuestra oración personal. San Josemaría escribía “¡Jesús: ¡Verte, hablarte! ¡Permanecer así, contemplándote, abismado en la inmensidad de tu hermosura y no cesar nunca, nunca, en esa contemplación! ¡Oh, Cristo, ¡quién te viera! ¡Quién te viera para quedar herido de amor a Ti!”. Hemos de oírlo, y dejar que su vida y enseñanzas divinicen nuestra vida ordinaria.

Vía: ultimahora.com

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